martes, 11 de agosto de 2015

El circo del terror
Ni mi hermano ni yo queríamos ir, pero habíamos aceptado pasivamente esa situación, ya que nuestros padres habían decidido llevarnos a comer a nuestro restaurante favorito.
Nos habían mostrado fotos del lugar al que íbamos a ir: el circo tenía un aspecto fantasmal y tenebroso, parecía una casa del terror mas que un circo.
Mateo, mi hermano de cuatro años, estuvo llorando todo el viaje de ida y, al llegar, estuvo pegado a nuestra madre.
Encontramos nuestros asientos gracias a un payaso no tan gracioso y de mal humor, y vi cómo mi hermano soltaba el vestido de mi madre y se alejaba de la multitud. Yo sabía que ganaría poco con la decisión que había tomado, pero no podía quedarme de brazos cruzados, así que decidí ir a buscarlo.
Al salir, el frío me llegaba hasta los huesos y detrás de los árboles la noche se agitaba como un avispero y las sombras silenciosas anunciaban lo peor. Por un momento pensé que lo había perdido para siempre, hasta que vi un letrero que me indicaba que este era el camino hacia la casa de los espejos.
Seguí el espeluznante camino aunque no sabía a dónde me iba a llevar, pero si de algo estaba seguro era que tenía que encontrar a mi hermano y salvarlo.  El camino que debía atravesar era de tierra pero eso no le quitaba que fuera muy temeroso, también tenía que pasar por un puente que estaba roto. Para poder hacerlo tuve que ingeniar un plan porque la madera parecía vieja y a punto de romperse.
Al llegar a mi destino, vi lo peor que podría haber visto jamás.
Ahí estaba él; triste y  para mi sorpresa no era el único: había siete niños más de su misma edad o incluso más pequeños..
Cuando estaba caminando hacia ellos, la luz se apagó y se escucharon gritos de susto y entonces me di cuenta de que mi hermano era llevado como animal a la vieja carpa. Lo encerraron junto a los otros niños en un camión que los transportaba al circo, la única opción que tuve fue seguir al gigantesco camión. Éste me llevo ventaja y llegue cinco minutos después de que había empezado la función. Y ahí fue cuando lo vi; lo habían encerrado en una jaula gigante donde todos lo podían ver.
El grito y el susto que se llevó mi madre fue indescriptible, así que no tuve otra opción que colarme en la función y tratar de liberarlos a mi manera.
Con los gritos de la gente como distracción llegué hasta la jaula y rompí el candado. Así, los chicos escaparon. Agarré a Mateo y llegué hasta donde estaban mis padres. Los cuatro salimos corriendo de allí y nos subimos al auto.
Mi hermano y mi madre lloraban, mi padre llamaba a la policía y yo trataba de convencerme de que había sido solo una pesadilla pero en el fondo sabía que por mas que fuera al psicólogo, jamás iba a olvidar esa noche.

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